“Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos.” - G.K Chesterton
El folclore de la Irlanda rural nos habla de unos hombres y mujeres que habían sido escogidos por la hadas para dedicarse a la labor de sanar a sus semejantes con la práctica de conjuros, cantos, minerales curativos y un conocimiento profundo de las propiedades de todas las plantas. Nunca cobraban dinero por sus servicios. A cambio, se les pagaba siempre en especias.
Existe una mezcla de realidad y leyenda a su alrededor, debido al desconocimiento profundo de sus secretos y habilidades, pero realmente existieron hasta finales del siglo XIX.
En posteriores estudios antropológicos se dice que eran muy pocos, uno o dos por generación. Eran personas que en algún momento específico de su vida, habían creído viajar en sueños al llamado país de las hadas, donde éstas les enseñaron su sabiduría. Regresaban de la experiencia transformadas por tal revelación y a partir de entonces se dedicaban a ayudar a la gente y a los animales. A partir de haber vivido tal suceso inexplicable, ya no percibían las cosas del mismo modo. Caminaban por la finísima línea que separa el mundo terrenal del feérico. Todo esto era valorado como una bendición.
Los doctores de las hadas (fairy doctors) no utilizaban métodos invasivos para curar las enfermedades. Siempre procuraban encontrar el método más apropiado para tratar cada caso individual. Mucha gente pobre o que vivía aislada en las montañas, que no podía permitirse un tratamiento médico, acudía a los fairy doctors con absoluta confianza.
La última de que se tiene constancia fue Biddy Early (1798-1872). Hija de un granjero pobre, su madre era una experta en hierbas medicinales que enseñó a su hija muchas recetas curativas. Biddy, ya desde muy joven, tenía un carácter especial y distante. Con el tiempo adquirió mucha fama como sanadora. La gente se maravillaba de su portentosa intuición. Como suele suceder en dichos casos, llegó a tener problemas con las autoridades por sus prácticas. Falleció en paz, muy admirada y apreciada. La última generación de personas que tuvieron contacto con ella murió en la década de 1950. Su legado y recuerdo sigue vigente en el oeste de Irlanda, gracias a la recopilación de historias relacionadas con ella que escribió Lady Gregory y a los libros de Meda Ryan y Edmund Lenihan, que contenían entrevistas con personas cuyos padres o abuelos la conocieron.