Realmente somos lo que pensamos y lo
que hacemos. Nuestros actos nos llevan a programar nuestra vida
sin darnos cuenta. El azar no existe. Los físicos cuánticos nos
enseñan que una gran cantidad de cosas que nos rodean no son
perceptibles para nosotros. Lo que no vemos no significa que no exista. En
el Universo todo está en movimiento y sometido al cambio. Si
observamos cualquier cosa a través de un sofisticado
microscopio, alcanzaremos a ver la descomposición de lo que creíamos
algo sólido en millones de partículas que no se están quietas.
Cada uno de nosotros se enfrenta a
la vida según predominen en su interior, combinados en mayor o
menor grado, diferentes aspectos emocionales, intelectuales,
vitales, creativos y espirituales. Todos ellos son fuerzas que
sustentan nuestra persona. A menudo nuestras carencias nos señalan que
tenemos desatendida alguna de ellas, con lo cual se produce un
desequilibrio que puede causarnos problemas de salud o hacernos sentir
mal y sin ánimo.
La danza y otras técnicas de
movimiento pertenecientes a las artes escénicas, adaptadas a las
necesidades concretas de cada persona, nos ayudan a valorar qué aspectos
necesitan potenciarse para sentirse en plenitud y modificar
hábitos negativos. Con métodos de relajación y control de la
respiración también reforzamos la autoconfianza.
Esto funciona así porque,
principalmente, lo que diferencia estas técnicas de otras es que el arte en
sí nos pone en contacto sutilmente con nuestro subconsciente y toda
esta energía oculta se transforma en creatividad y vitalidad pura
cuando la hacemos salir al exterior de manera simbólica o por medio de
metáforas.
El gesto, el movimiento, la actitud
corporal nos hacen sentir, ver y comunicarnos de otra manera.
Esto se percibe de inmediato en
gente que sufre algún tipo de afección crónica o enfermedad
degenerativa, el arte les ofrece la ocasión de expresarse con libertad y
los motiva a hallar nuevas oportunidades
de mejora.