24/9/11

Cuando algo nos perturba

Nadie es perfecto y por eso muchas veces, aún creyéndonos capaces de dominar cualquier situación y de controlar nuestras emociones, algo nos falla al sufrir un terrible percance. La inquietud nos ahoga. Creemos que no hay solución .

Es entonces cuando tenemos la impresión de que nuestras creencias, nuestros consejos, nuestros pensamientos positivos, las artes meditativas parecen ahora completamente inútiles. Y nos sentimos derrotados.

El escritor y guionista australiano James Clavell, autor de novelas como “Shogun” o “El rey de las ratas”, se unió a la Artillería Real Británica durante la Segunda Guerra Mundial y fue enviado a Malasia a luchar contra el Imperio Japonés.  Allí fue herido por fuego de ametralladora, capturado por el enemigo y llevado a un terrible campo de concentración en la isla de Java. Posteriormente fue trasladado a la prisión de Changi, cerca de Singapur.

Como la mayoría de prisioneros de guerra sufrió vejaciones y malos tratos por parte de sus captores. Sobrevivió a la experiencia y eso no le impidió escribir e interesarse más tarde por la cultura nipona.

James Clavell explicó al actor inglés Michael Caine, durante el rodaje de la película “El último valle”, que en los campos de prisioneros aprendió a no permitir que los japoneses doblegaran su ánimo. Su método era anteponer el silencio y soportar estoicamente cualquier acción destinada a humillarlo, mostrando gran valor y resistencia moral.  Se trataba de no mostrar osadía ni debilidad bajo ningún concepto. De ese modo nunca podía ser vencido por completo, porque conservaría intacta su integridad y dignidad personal.

Cuando ya no estamos tan aturdidos y parece que algo oculto nos obliga a reaccionar y observamos el problema desde una pequeña distancia, resulta evidente que una vez más hemos derrotado a nuestro ego y estamos a punto y en disposición de volver a ayudar a los otros con las fuerzas renovadas y gran entusiasmo. En ese instante nos damos cuenta de que aún recordamos lo que nos han enseñado nuestros maestros o guías, seguimos creyendo en ello y todo parece ser más claro.

Todos podemos equivocarnos y cometer errores. Muchas veces nos sentimos culpables porque pensamos que una situación dolorosa e insostenible podría no haber ocurrido si hubiéramos actuado de forma distinta. Pero el secreto está en reconocer el error, ser asertivo, no torturarse, meditar sobre si nuestro manual de instrucciones aún nos es útil, si nuestras creencias también son positivas para los otros y convencernos de que siempre germina vida en un campo de batalla.